Domingo, 19 de mayo de 2013
Entrevista de Alfredo Molano a la Delegación de Paz de las FARC-EP
'Uribe nos
despejó en el Valle'
De nuevo en el Hotel Sevilla, me encontré –cita previa– con los negociadores de las Farc en La Habana: Pablo Catatumbo, Iván Márquez, Jesús Santrich y Marco León Calarca
Por: Alfredo Molano Bravo
En un rincón de la gran sala
comenzó la conversación. La delegación del Gobierno había llegado en la tarde y
Sergio Jaramillo había dictado una polémica conferencia en la Universidad
Externado la noche anterior. Creo que buena parte de los temas que los
comandantes desarrollaron tiene que ver con esa conferencia, que, confieso, no
había leído, encantado con la arquitectura y la afabilidad de la gente de
Santiago de Cuba, en donde fui, casi como un peregrino, a conocer el cuartel
Moncada, donde comenzó la historia movimiento del 26 de julio y la revolución
cubana.
Alfredo Molano Bravo: Hablemos de
la pequeña historia del acercamiento secreto con el gobierno de Santos.
Pablo Catatumbo: Los primeros
pasos de la negociación que hoy se desarrolla en La Habana están arropados por
un pacto de confidencialidad que no podemos divulgar. Sin embargo, hay unos
antecedentes que deben ser conocidos o recordados.
AMB: ¿Como cuáles?
PC: Hay
hechos que el país no conoció en su momento y que hoy se deben contar para ir
abriéndole campo a la verdad histórica.
Al comienzo de los años 90, en el
gobierno de Gaviria, estuvimos muy cerca de un arreglo de verdad, un “acuerdo
en lo fundamental”, como dijo Álvaro Gómez. Convocada por medios irregulares
una asamblea constituyente, las Farc se mostraron interesadas en participar,
entre otras cosas porque Jacobo Arenas había lanzado la iniciativa desde los
acuerdos de La Uribe con Belisario. Más aún, para darle espacio a la Unión
Patriótica, propusimos la elección popular de alcaldes y gobernadores.
Nosotros estábamos preparados
para la constituyente, y el gobierno de Gavira, sin oponerse públicamente a
nuestra participación, barajaba sus cartas. Con una de ellas en el bolsillo
llegaron altos funcionarios del Gobierno a conversar con Marulanda un mes antes
de la elección de constituyentes; buscaban definir el número de constituyentes
de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar (CGSB), compuesta por ELN, EPL,
FARC y M-19 en la asamblea constituyente. Conversaron con Marulanda y con
Alfonso en muy buenos términos hasta que se trató el número de constituyentes de
la Coordinadora. Días antes se habían reunido sus jefes Francisco Caraballo, el
cura Manuel Pérez, Carlos Pizarro con Marulanda para definir nuestra
participación. Las cifras eran muy distintas y la diferencia muy grande.
Gaviria ofrecía cinco cupos y la Coordinadora pedía 20. Una vez puestos los
números sobre la mesa, los delegados dijeron: “Los toman o los dejan”.
Marulanda no contestó ni sí ni
no, dijo solamente: “Necesitamos un tiempo para consultar con todos los
miembros de la CGSB”. No hay tiempo, respondieron en forma perentoria los
funcionarios, el helicóptero no puede volar después de las 5 de la tarde.
Ustedes deben tomar la decisión ya. Marulanda no podía tomarla y les dijo:
“Quédense esta noche aquí y mañana encontramos una solución”. Respondieron: No,
no tenemos tiempo. Marulanda les ripostó: si no tienen una noche para
conversar, ¿qué tiempo le van a dedicar a la paz? Así que el helicóptero salió
aquella tarde sin una respuesta. Un mes después, el día de la elección de
constituyentes, el Ejército bombardeó los campamentos del río Duda. Fue la
llamada Toma de Casa Verde, que ni fue en Casa Verde ni fue toma; el coronel
Alfonso Velázquez reconoció después en un escrito que el alto mando militar
admitió que el operativo había sido un gran error militar. La realidad es
simple y llana: No nos liquidaron, allá seguimos. Lo digo ahora: Los ultimátum
no sirven con las Farc.
Fue el momento en que más cerca
hemos estado de un acuerdo de paz. Es obvio que si nosotros participamos
en una constituyente y compartimos su redacción, de hecho, nos acogemos a ella
sin reservas y queda sin fundamento el alzamiento armado. La insurgencia no
puede seguir alzada en armas contra una Constitución que ha suscrito.
El error de Gaviria y del M-19
fue pretender que se podía hacer una paz parcial, una paz oportunista sin que
estuviéramos todos. La arrogancia de dirigentes alejados del pueblo y
desconocedores de la realidad histórica, como César Gaviria, impidió un acuerdo
que era muy posible y que habría sido muy sólido.
Jesús
Santrich: Se
bombardeó una posibilidad de paz. En lugar de cerrar el terrible capítulo de la
guerra, Gaviria y su comisionado, Rafael Pardo, prefirieron negociar con Carlos
Pizarro –un hombre a quien respetamos porque dio su vida por los ideales–, pero
al que, cabe recordarlo, le facilitamos los medios económicos de los que
carecía el M-19 para que pudieran poner en libertad a Álvaro Gómez cuando lo
retuvieron. La historia de esa verdad no está escrita. Como dice Pablo: Con
nosotros no valen ultimátum. Esas bravuconadas definitivamente no sirven, y se
lo decimos sin arrogancias. En cambio se perdió la oportunidad de ahorrarle al
país miles de muertos, de dolor y de sufrimiento.
AMB: ¿Por qué las FARC no
negociaron con Samper?
Iván
Márquez: El
gobierno de Samper no tenía legitimidad suficiente para adelantar una
negociación de paz. Los militares lo tenían bloqueado. Bedoya blandía el sable
cada vez que el presidente hablaba de paz. Cuando se comenzó a hablar de un
despeje de la Uribe, una zona despejada de hecho porque el Gobierno no sabía ni
dónde quedaba ese municipio, Bedoya se insubordinó y le pidió a Samper dar la
orden por escrito con el objeto de legitimar un golpe militar. Samper no tenía
con qué hacer frente al poder de los militares. Carlos Holmes, ahora
precandidato de Uribe, era un simple lagarto. Le propuso al Secretariado, en su
desesperación y su impotencia, unir los ríos del suroriente para desarrollar el
país. Una goyenechada pura y simple. Samper propuso negociar en medio del
conflicto, lo que para nosotros ha sido siempre un error que mucho cuesta.
Algún día se conocerá la correspondencia lambona que sostuvo en esa época
Carlos Holmes Trujillo con Jacobo y Alfonso.
AMB: ¿Pero acaso la tregua
bilateral no les da una ventaja militar a ustedes?
JS: No nos da ventajas, nosotros
dimos una tregua unilateral y el Gobierno no la interpretó como un gesto de
buena voluntad sino como un síntoma de debilidad. Quisimos mostrar que
suspendiendo las acciones militares ofensivas no se fortalecía el Ejército. No
lo entendieron. Quizás el país y la comunidad internacional sí lo
comprendieron.
AMB: ¿Y cómo fue el rollo con
Pastrana?
Marco León Calarcá: Pastrana
confiesa en su mamotreto de 800 páginas que el Caguán fue una estrategia para
poder armar al Ejército, que jamás tuvo una real voluntad de paz. Lo reconoció
Víctor G. Ricardo: las FF.AA. no tenían ni pertrechos, ni botas, ni gasolina
para los aviones. Si las Farc hubieran advertido este hecho, no se habrían
sentado a conversar con el Gobierno. Además, Pastrana se había comprometido,
como recordó hace poco Felipe López en el reportaje, excelente por lo demás,
que le hace Juan Carlos Iragorri, a combatir al paramilitarismo, lo que nunca
hizo. Ese fue el fracaso del Caguán.
Hoy debería leer el libro el presidente
Santos, quien debido a sus múltiples ocupaciones, seguramente no ha tenido
oportunidad de mirarlo. Marulanda, que era un experto en emboscadas, sabía lo
que el gobierno de Pastrana buscaba y por eso dejó la silla vacía. Pero era un
guerrero noble y le hizo saber a Pastrana que no asistiría a la apertura formal
de las negociaciones en San Vicente. Pastrana se presentó para hacer quedar mal
a Marulanda. Si bien la silla quedó vacía, no cayó en el vacío su discurso, un
discurso que se debe volver a leer con cuidado. No se trataba de que se le
pagaran unas gallinas y unas mulas. Cuando Eastman, el pequeño, le preguntó:
“Comandante, ¿usted no quisiera volver a Marquetalia y tener una finca cafetera
grande con ganado y mulas?” Marulanda le dijo, sin ofenderse: “Sí, quiero,
mijo, una finca grande llamada Colombia, no con mulas sino con tractomulas para
mover todo lo que se produce”.
AMB: Y con Uribe ¿hubo
acercamientos?
PC: Y muy serios, a pesar de su
gritadera bélica. Uribe no es un guerrero, es un bravucón. Antes de terminar el
segundo gobierno, cuando su candidatura estaba haciendo aguas, un empresario al
que las dos partes teníamos confianza –un verdadero facilitador– hizo un puente
con Luis Carlos Restrepo y por ahí con Uribe. La embajada americana y la Iglesia
estuvieron informadas del paso, según nos enteramos por wikileaks. Pasaron unos
días hasta cuando recibimos una carta muy amable y bien escrita firmada por
Frank Pearl, en ese momento consejero de Uribe, que planteaba un diálogo
secreto en Brasil con Alfonso Cano o conmigo.
Nosotros analizamos con seriedad
la iniciativa y concluimos que estando por finalizar el gobierno, no tenía
sentido abrir un proceso sin saber quién podría ser el nuevo mandatario. Así
que se contestó con un “No, gracias; por ahora no”.
De todas maneras quedó en el
ambiente el ánimo de la iniciativa para encontrarnos en la zona donde yo
operaba –Barragán, Santa Lucía, La Mesa–. El Ejército despejó en efecto el
área, a pesar de lo que el ministro de defensa declaraba en público. Nos
mandaron decir que esa era una prueba de la voluntad de conversar, pero el
Gobierno estaba ya de salida y nosotros leímos lo que era cierto: Uribe
necesitaba nuestro apoyo.
AMB: ¿O sea que durante el
gobierno de Uribe si hubo un despeje?
PC: Sí señor, así fue. Se puede
verificar por las fechas.
IM: Más aún, hubo otro
antecedente por allá a mitad del gobierno de Uribe. El presidente nos hizo
saber que estaría dispuesto a despejar los municipios de Florida y Pradera si
Marulanda estaba dispuesto a conversar, pero que el único problema era que ese
despeje incluía los ingenios azucareros de Ardila Lulle. Álvaro Leiva les hizo
caer en la cuenta del error. Se trataba de un encuentro con el Bloque
Occidental de las Farc y ya estábamos listos a viajar al sitio con Caliche,
Pacho Chino, Leonel Páez, Reinel, mejor dicho, el alto mando.
AMB: ¿Y por qué razón no se llevó
a cabo el encuentro?
JS: Porque cuando las cosas
estaban listas, estalló una bomba en la plaza de la Universidad Militar. Puro
ruido. No hubo heridos ni muertos, pero el Gobierno concluyó que nosotros la
habíamos puesto y se canceló el encuentro. Como no fuimos nosotros, sabíamos
qué buscaba el que la puso. Los medios le dieron un gran despliegue al hecho y
algunos –los de siempre– dijeron que el acto mostraba la hipocresía de las
Farc, su doble juego. Después enredaron todo con una mujer que sacaron de la
manga y que dizque nos hacía inteligencia. Una falsa Mata Hari criolla.
AMB: Ahora hablemos de las
relaciones con Santos
IM: Después del desencuentro con
Uribe vino el “ruido de llaves” que hizo Santos en el discurso de posesión. Lo
interpretamos como un buen mensaje y no nos equivocamos, porque un día nos
llegó un texto autorizado por él, pero sin su firma, diciendo que el Gobierno
podría estar interesado en explorar una solución política al conflicto armado.
Ya el Gobierno hablaba de conflicto armado y no de amenaza terrorista, lo que
era un paso significativo.
Alfonso Cano respondió, en medio
de un intenso acoso militar, con una conferencia grabada que dio a lo que él
llamaba la “guerrillerada” y que difundimos ampliamente. Alfonso decía más o
menos: “Sí, exploremos”. Después envió otro mensaje más claro:
“Conversemos”.
Hay que decir –añade Iván
Márquez– que el papel del presidente Chávez en las aproximaciones fue
definitivo. Después de ocho años de guerra sin cuartel, de guerra a muerte,
nosotros desconfiábamos de todo. Chávez aclimató con paciencia y sabiduría la
necesaria confianza en una salida negociada. Todos los primeros pasos se dieron
en Colombia con su ayuda.
AMB: ¿Hubo alguna condición
previa?
PC: Por parte nuestra, la única
condición fue que la clase dirigente, representada en los dos partidos
tradicionales, estuviera dispuesta a reconocer su responsabilidad
histórica en la violencia desde sus orígenes hasta el presente; ese solo hecho
abriría una perspectiva, una avenida de paz, porque se restablecería la verdad
histórica. Santos, hay que subrayarlo, estuvo de acuerdo. Las únicas
condiciones que pusimos nosotros fueron las de tener esa disposición de ánimo
para conversar y que las Farc nunca aceptarían un acuerdo que no incluyera la
reforma agraria y la justicia social.
AMB: ¿Y de las armas, qué?
JS: Nosotros tenemos una
disposición sincera y serena para participar en los cambios que el país
requiere si hay democracia. Nunca hemos dicho que sólo con las armas se llega
al poder. Marulanda dijo: “Si los cambios se hacen por la vía democrática, las
armas serán innecesarias”. Nosotros no estamos apegados a ellas. Pero no
aceptamos la pax romana que quieren imponernos. A la hora de la verdad, si hay
buena voluntad de las partes, las armas son un asunto secundario. El IRA no ha
entregado una sola pistola y hoy hay gobierno y democracia en Irlanda del
norte. El pacto, convertido en texto constitucional, las haría inútiles.
Inclusive podríamos dar cumplimiento a un precepto constitucional lógico: En
Colombia hay un solo Ejército. Pero hay muchos casos que están vivos, como la
muerte de Guadalupe Salcedo. Desmitifiquemos la entrega de armas. Las armas no
se disparan solas, se tornan inútiles. Si los compromisos se cumplen, son
innecesarias; si hay una voluntad de paz verdadera, todo se arregla. ¿Acaso no
es bueno para ellos reducir el PIB “de armas” de casi el 6 % al, digamos, 4 %?
¿Cuántos kilómetros de carretera se podrían hacer con ese 2%? ¿Cuántos
subsidios de vivienda se podría dar? ¿Cuánta salud no se podría dar? No se le
puede sacar el cuerpo al problema de la salud. Es, hoy por hoy, el asunto que
más le preocupa al pueblo. El Gobierno le pone pañitos de agua tibia a un
enfermo moribundo como es la Ley 100.
AMB: Ustedes han adelantado,
según parece, un buen trecho en el tema agrario con las zonas de reserva
campesina. ¿En qué van?
IM: Hablemos claramente. Nosotros
no estamos pidiendo que sean soberanas sino que sean autónomas, como lo son los
municipios que tienen un consejo, una administración elegida, que hacen sus
planes de desarrollo y cuidan su medio ambiente; que pueden planificar el uso
de regalías y manejar las transferencias, que pueden llegar a votar una
decisión que consideren pone en peligro su estabilidad ambiental. Ese cuento de
las “republiquetas independientes” es una falacia inventada por los militares
para desconocer un programa originado en el campesinado y reglamentado por una
ley de la república. Quisiéramos decir que sobre el primer punto de la agenda
llevamos redactadas en limpio como acuerdo diez cuartillas. Avanzamos. Venimos
a meter el acelerador a fondo. Ya entramos hoy miércoles 15 de mayo en el tema
de la laborización del trabajo rural para que los campesinos tengan derecho a
vacaciones, prima, cesantía, salud, pensión.
MLC: Es paradójico, lo que el
campesinado y las Farc están pidiendo en materia agraria es que se cumplan dos
leyes fundamentales, la Ley 200 del 36, que da derecho de propiedad a los
poseedores de mejoras –que es lo que se pide cuando se habla de los nueve
millones de hectáreas–, y la Ley 160 de 1994, que crea las zonas de reserva
campesina. O sea, que se atiendan las solicitudes hechas por los campesinos de
reconocer sus mejoras y convertirlas en zonas de reserva campesina. Es simple:
que se cumplan las leyes que ellos mismos han redactado en la
Constitución.
JS: Si el Gobierno no cumple sus
propias leyes, ¿cómo podremos confiar en que cumpla los acuerdos que se
firmarían?
AMB: Ustedes piden cambios
sociales, pero ¿dónde está la línea entre lo posible y lo que no se puede pedir
sin caer en lo irrealizable?
MLC: Nosotros estamos dispuestos
a un acuerdo de paz con justicia social. No estamos pidiendo la “revolución por
contrato”, sino una reestructuración política sólida que nos permita participar
en la construcción de una verdadera democracia; podríamos pactar una larga
tregua, una tregua de varios años para compartir la responsabilidad de sacar el
país de la pobreza y de la injusticia.
AMB: El Gobierno ha dicho que ni
la política económica ni la doctrina militar son negociables, y ustedes
firmaron el acuerdo que excluye esos temas.
IM: El gobierno de Santos nos
cierra esta puerta al impedirnos negociar la política económica. ¿Cómo vamos a
hablar de justicia social con los TLC que están arruinando a los cafeteros, a
los arroceros, a los agricultores de papa y de maíz, a los productores de
lácteos, que, como hemos visto, están hoy protestando y organizándose? ¿Cómo
vamos a pasar por alto la política económica que permite el robo del oro y del
carbón que están haciendo las grandes mineras? ¿Cómo vamos a hablar de justicia
social viendo cómo arrasan con la altillanura, acaban con su gente y con sus
recursos hídricos? Es necesario recordar que el Acuerdo firmado con Santos dice
muy claramente que “el desarrollo económico con justicia social y en armonía
con el medio ambiente es garantía de paz y progreso”. ¿Cómo entonces hablar de
construcción de la paz sin hablar del desarrollo económico con justicia social?
El Gobierno alega que el preámbulo del acuerdo firmado no hace parte del
acuerdo. ¡Es como decir que el preámbulo de una constitución, su marco general,
su espíritu, no son vinculantes! ¡Absurdo! ¡Un preámbulo no es una nota
decorativa!
JS: La discusión del modelo de
desarrollo se está dando en la calle, el cuestionamiento a los TLC es tema de
discusión en toda reunión. Los editoriales de prensa lo traen a cuento.
¿Acaso la crisis de Grecia, de Italia, de España no están impugnando el llamado
Consenso de Washington? Pero aquí está prohibido discutir un modelo que ha
demostrado ser el motor de la injusticia social y de la exclusión
económica.
PC: Más aún, si vamos a hablar de
paz y vamos a hablar de armas, ¿cómo podemos pasar de agache ante una doctrina
militar que ha tolerado al paramilitarismo? Ahora nos quieren vender el cuento
de que los militares –algunos, muchos, no importa– nada han tenido que ver con
la formación de un ejército que llegó a tener –y tiene– varios miles de hombres
armados. ¿Cómo podemos aceptar que semejante fuerza que cometió los crímenes
más atroces que el país haya conocido se formó, creció y se fortaleció a
espaldas de los generales, sin que en más de 20 años se hubiera producido un
solo combate con la Policía y el Ejército? ¿Qué clase de generales tenemos
entonces? La doctrina militar vigente debe ser discutida por el país porque sus
efectos están a la vista de todo el mundo. Baste con leer los periódicos, baste
con contar los muertos y las desapariciones registrados por las ong. ¿Cómo sabe
el Ejército cuantos hombres y mujeres en armas tenemos, sus edades, su lugar de
nacimiento, y no dice cuántos hombres, mujeres y niños han muerto en el país
durante los 60 años de confrontación armada? La sola cifra es un argumento para
que se discuta una doctrina militar que ha favorecido tal cantidad de muertos y
desaparecidos, de falsos positivos, de masacres, de torturas. Saquemos los
trapos al sol, todos los trapos, y que esto sea, en vez de un tendedero de
muertos, un tendedero de confesiones francas y valientes. No le temamos a la
verdad de la guerra, una guerra en que están comprometidas dos partes y no una
sola.
AM: ¿Cómo destrabar el embrollo
en que estamos metidos?
PC: El país está maduro para
escuchar con serenidad una declaración de responsabilidad histórica en el
desastre que hemos vivido durante 60 años. Esa sola señal sincera por parte del
Gobierno permitirá avanzar en transformar el acuerdo firmado en un tratado de
paz. Que se reconozcan las víctimas del conflicto, las víctimas de las dos
partes. Que se pongan sobre la mesa todos los componentes del rompecabezas, que
se traigan a la mesa todas las víctimas y todos los victimarios, siempre y
cuando se reconozca que nosotros nos armamos en legítima defensa y que en
legítima defensa hemos sostenido una larga guerra sin ser derrotados.
Quiero decir una cosa en voz
alta: Este Secretariado está dispuesto a buscarle de una vez por todas la comba
al palo. Propendemos por una participación activa de todo el pueblo, y la
fórmula histórica es una asamblea constituyente.
AMB: ¿Están ustedes tan seguros
de tener en ella mayoría, o mejor, de no ser una minoría que pueda ser
aplastada?
PC: Creemos que el pueblo nos
oye. Pero si el pueblo decide por mayoría hacernos a un lado, aceptamos su
veredicto. Son las reglas del juego. Nosotros le apostamos a una asamblea
constituyente con carácter legislativo para que no vuelva a pasar lo que pasó
con la del 91, en la que, por ejemplo, el principio de ordenamiento territorial
no ha podido salir del limbo. Ahora, con la propuesta de Zonas de Reserva
Campesina, puede tomar vida.
Por último, lo digo para que se
oiga: A Santos le falta gobernabilidad. No se puede negar. Necesita una mayoría
fuerte para poder firmar la paz y nosotros estamos dispuestos a ayudar a
construirla siempre y cuando tenga ese único objetivo: la paz, la
reconciliación política definitiva entre colombianos.
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