La gran mayoría de
análisis y comentarios realizados tras la muerte de Chávez desde una
perspectiva de izquierdas se han centrado en la importancia de su figura y en
las mejoras sociales. Pero hay una fundamental aportación que apenas ha sido
tratada porque es un avance decisivo que sin embargo la izquierda eurocéntrica
minusvalora, ignora o ataca con suicida
prepotencia ignorante. Me refiero a la (re)construcción de la identidad nacional
venezolana, identidad popular, progresista e incluso revolucionaria, tarea
impulsada por Chávez pero que emerge de lo más profundo y vital de las masas
trabajadoras. Chávez ha acelerado esta recuperación y el
bolivarianismo lo seguirá haciendo, o se estrellará. Muy significativamente, la
derecha y el reformismo sí le han prestado atención y mucha, conscientes de su
extrema importancia. Sin ir muy lejos,
ciñéndome sólo a un solo medio de prensa, en el diario El País nos
encontramos como mínimo con estos tres artículos: «El comandante nos dio
identidad» del 6-03-2013; «¿Por qué las urnas son fieles a Chávez?» del 14-01-2013,
y «La capital desde una moto» del 11-01-2013. Los tres, y otros de la misma
orientación, se lamentan de un modo u otro de la capacidad de Chávez para
conectar con lo más hondo del sentir de un pueblo. A regañadientes reconocen
las mejoras sociales, descontextualizan la situación económica, abusan de los
estereotipos y tópicos sobre el pueblo venezolano, pero lo que más odian es su
conciencia nacional bolivariana.
La primera muestra
de la identidad popular venezolana nos remite, como mínimo, a la revolución de indios
y esclavos africanos de Nueva Segovia de Buría, entre finales de 1552 y
comienzos de 1553, cuya cabeza visible fue el llamado Negro Miguel. Hoy el
recuerdo de aquella rebelión vive en el imaginario sincrético de las masas
explotadas. Hablamos de una revolución porque antes los pueblos indios ya habían
resistido a los invasores pero de manera descoordinada. Sin poder extendernos
ahora en la historia social venezolana y citando sólo los hitos más decisivos,
en 1749-52 indígenas, mestizos y criollos se sublevaron contra las extorsiones
de la Compañía Guipuzcoana
de Caracas; durante la lucha por la independencia las masas explotadas se
dividieron en opciones opuestas, pero en la Caracas de 1811, por ejemplo, fueron la fuerza de
choque que garantizó la primera declaración de independencia de toda América
Latina; poco tiempo después, Bolívar popularizó su proyecto independentista
decretando la libertad de los esclavos, integrando a llaneros, campesinos y al
pueblo humilde, pero atrayéndose el odio de los manteros, terratenientes, grandes comerciantes y burgueses: habían
surgido las dos Venezuelas ya en lucha antes de la independencia en 1821.
La débil
vertebración burguesa no impidió la existencia de un nacionalismo antiyanqui,
traicionado por las clases ricas. Desde 1922 la explotación petrolera aceleró
la lucha de clases En 1929 fracasó el rebelión armada contra el dictador Vicente
Gómez; en 1931 se creó el Partido Comunista en Venezuela; en 1935 estalló una
gran rebelión popular, obrera y campesina que obligó a los gobiernos militares
de 1936-45 a
compaginar las concesiones con la represión, pero la burguesía contraatacó con
un implacable golpe militar en 1948-53, que dio paso a unas elecciones
fraudulentas que dieron el poder al dictador Marcos Pérez. Desde enero de 1958,
cuando el pueblo derrocó a este tirano --300 estudiantes fueron asesinados en
la huelga general--, se aceleró la
crisis interna con sucesivas intentonas militares progresistas y guerrilleras
que no podemos detallar aquí, excepto decir que en 1964 cientos de «asesores»
yanquis reforzaron la represión militar, mientras que casi 1200 militares
venezolanos aprendían contrainsurgencia en la Escuela de las Américas
del ejército norteamericano instalada en Panamá. La persecución fue implacable
hasta 1975-79. La explotación social en aumento llevó a la represión de 1986, y
en 1988 el endurecimiento neoliberal fue la chispa que provocó el Caracazo de
1989 aplastado con más de mil asesinados, sin embargo los motines por hambre
siguieron produciéndose en los primeros años de la década de 1990. En febrero
de 1992 un sector militar nacionalista y progresista, dirigido por Chávez, se
sublevó ante tanta barbarie, pero su derrota in extremis fue el inicio de la actual revolución bolivariana. En
2002 la alianza entre la burguesía y el imperialismo, con la activa
participación española, organizó el fallido golpe militar.
A lo largo de esta
heroica historia popular podemos sintetizar las siguientes lecciones: Primera, la identidad nacional del pueblo explotado
se va formando mediante la integración de naciones indias, esclavos africanos,
campesinos, artesanos, llaneros, criollos, mestizos, primeros proletarios,
obreros, mujeres, estudiantes, «clases medias» y vieja pequeña burguesía
arruinadas, y hasta suboficiales y oficiales medios, etc. Integración compleja,
contradictoria y variable, reversible, según los altibajos de la lucha de
clases y de las agresiones y ataques externos, según la capacidad
autoorganizativa de base y la capacidad organizativa y política de las organizaciones
más concienciadas, dotadas de una perspectiva a largo plazo.
Segunda, esta
identidad se (re)construye permanentemente en sus luchas, en sus victorias y en
sus derrotas, pero siempre que exista una suficiente capacidad de integración
crítica y creativa de lo antiguo que conserva su valor, en lo nuevo que se
desarrolla en respuesta a las nuevas necesidades y ataques de la minoría
explotadora. Se trata de una subsunción permanente aunque a saltos de lo válido
del pasado en lo nuevo del presente, y en la medida en que se disponga de
perspectiva histórica, orientado todo ello al futuro. La conciencia política e
histórica va adquiriendo cada vez más importancia en esta dinámica, conciencia
que tiende a materializarse en prácticas de contrapoder, doble poder y poder
popular. Como tendencia, su fortalecimiento depende de la misma lucha
revolucionaria.
Tercera, esta
identidad en (re)construcción permanente está en lucha visible o invisible,
pero frontal y irreconciliable, con la identidad burguesa imperialista básica
del capitalismo y con su forma específica y concreta en la nación de que se
trate, en este caso de Venezuela. Se trata de la unidad y lucha de contrarios
antagónicos, lo que plantea desde su mismo inicio el problema del poder
material y moral de cada bloque identitario enfrentado. Entre ambos contrarios
unidos, existen subidentidades con todos los tonos del gris, de la indecisión y
de la duda, oscilantes e inseguros, sobre los que inciden con mucha fuerza la
identidad dominante y su ideología que es la ideología de la clase dominante.
La identidad en (re)construcción del pueblo trabajador ha de aspirar a algo más
que a la ambigua hegemonía sobre estas subidentidades, ha de buscar algo más
directo y decisivo, su concienciación socialista.
Y cuarta, en este
proceso termina siendo decisiva la construcción/conquista del poder estatal. Y
es precisamente esto lo que el imperialismo no perdona a Chávez. La burguesía
es muy consciente de que el Estado en manos del pueblo oprimido es la pieza
clave en la (re)construcción de la identidad socialista e independentista,
antipatriarcal e internacionalista. Pues bien, la (re)construcción de la
conciencia venezolana no se diferencia en nada esencial de los mismos procesos
que se están dando en el capitalismo imperialista, por ejemplo en el vasco. En
nada esencial porque las cuatro constantes son las mismas al margen de que se
den en sociedades precapitalistas, como la revolución de 1552-53, de que sea en
las Américas o bajo la ocupación franco-española: lo decisivo es que sepamos
separar lo accesorio de lo fundamental, la forma del fondo, y aplicarlo a
Euskal Herria.
IÑAKI GIL DE SAN VICENTE
EUSKAL HERRIA 12-03-2013
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