jueves, 19 de abril de 2012

LA CLOACA BACRIMIZADA DE LOS GRANDES MEDIOS DE COMUNICACIÓN (SEGUNDA Y TERCERA PARTE), por Jesús Santrich, Estado Mayor Central de las FARC-EP


“EL CONTINUO ESTERCOLERO PERIODÍSTICO” Ó LA CLOACA BACRIMIZADA DE LOS GRANDES MEDIOS DE COMUNICACIÓN (Segunda parte)

Aquellos analistas del conflicto, analistas de mirada sesgada hacia la derecha, que desde la gran prensa nos piden el desarme sin referirse por un instante a las causas que lo han inspirado, no son más que voceros de las transnacionales.  Nos hablan del carácter anacrónico de las armas, pero sin levantar una voz contra la entrega del país a la depredación que a sangre y fuego vienen haciendo de nuestra patria los oligarcas por cuenta de las multinacionales.

Muchos de estos personajes que posan de ser intelectuales de izquierda, o progresistas, o demócratas…, o simplemente “gente sensata que ama la paz”, como en la reflexión de Brecht, “se oponen al fascismo, sin estar en contra del capitalismo”; o sea, que se oponen a la guerra sin abrirle oposición al saqueo imperialista que la genera; se lanzan furibundos contra la violencia guerrillera sin cuestionar en lo esencial la violencia del régimen, de su capitalismo salvaje, que es el causante de las desgracias sociales y políticas que padece el pueblo. En síntesis,  “andan lamentándose por la barbarie generada por la barbarie”, a la manera de aquellos personajes de los que habla Bertolt Brecht “que quieren comer su ración de ternera, pero no toleran que deba sacrificarse al animal. Quieren comerse la ternera, pero no soportan ver la sangre. Se contentan con que el carnicero se lave las manos antes de servirles la carne”.

Observemos un poco; quizás con un simple vistazo basta, para identificarlos y acoplarlos en esta reflexión. No designaré nombres, para que el lector pueda poner a andar su realismo más crudo y constatar cómo están tan generalizadas estas prácticas, al punto que es el conjunto de los grandes medios de “comunicación” lo que se ha bacrimizado; es decir, se ha convertido en una inmensa cloaca de bandas criminales de la desinformación, al servicio de los más bajos intereses de los detentadores del poder. 

Los tales “analistas”, ya “politólogos”, ya “violentólogos”, ya “pazologos”, ó “izquierdólogos”, “columnistas”, “editorialistas”, seudoacadémicos ó “carretólogos”,  que desde la gran prensa suelen estar contra la barbarie, dicen, pero no dan muestras claras de estar en contra de las condiciones de distribución de la riqueza que genera la barbarie. Son tan evidentes en su arrodillamiento al poder establecido, que denotan que les gusta la carne, pero eso sí, con las manos del carnicero bien lavadas antes de servírselas a la mesa.

Ellos, dicen a veces que no quieren que siga la guerra. Y de verdad que tiene que estar uno loco para querer que siga la guerra; pero resulta que este no es un asunto de querer o no querer, pues hay razones de mucho peso, causas le llaman a eso, que generan la guerra. Y esas causas no nacen de la insurgencia. Se da el caso de algunos de estos personajes que antes hasta han enseñado que esta era una consecuencia y no la causa de la violencia.

Pese a que todos los problemas que los estudiosos serios del conflicto político-social-armado identifican como causales se han profundizado, ahora resulta que los militantes de la cloaca mediática no encuentran que las peculiaridades de Colombia, expliquen la coexistencia de la lucha armada. Entonces pasan a creer, más bien, que se ha madurado desde hace mucho tiempo la salida al conflicto que padecemos, y hasta consideran en “identidad” con la insurgencia, que no es tan fácil en los hechos encontrar esa salida porque hay intereses de orden económico de sectores muy poderosos que alimentan la confrontación, a los cuales hasta les resulta práctica para  su propia prosperidad.

Muchos de los transformistas en referencia, fácilmente prescinden del juicio y el coraje en sus argumentos, quizás nunca tuvieron realmente esa condición, y entonces se deciden conscientemente a pasar por alto la criminalidad de esos sectores poderosos, y la responsabilidad nodal que les corresponde en la generación de la guerra.

Para ellos, los de la cloaca, es más cómodo aparentar que equilibran la carga de la deuda y entonces también se la endosa  a sectores que lo que han hecho es acudir a la legítima defensa social, a la resistencia para buscar un camino favorable a las mayorías atropelladas, tal como ocurre con la guerrilla.

¿Qué la paz es muy difícil y por ese motivo es más fácil mantener las dinámicas de la guerra? Decir esto es un descaro, pero lo hacen asumiendo posiciones doctas que desafortunadamente no les sirven para identificar las  causas de la confrontación. Y peor aún: jamás asumen un compromiso de confrontación contra esas causas. Cuando explican sus posturas en asuntos de guerra y estrategia –recordemos que son expertos en todo-, parecen discípulos de Erich Ludendorff, pues son los típicos corifeos taimados del guerrerismo, acólitos de las escuelas geoestratégicas imperialistas, atizadores de la militarización de la política. Desgraciados que no ponen el pecho a las balas pero que sí han abonado el terreno para validarle al régimen esa práctica derivada de la concepción torcida de que “la política es la continuación de la guerra por otros medios”.

Estos asistentes oficiosos de la Escuela Superior de Guerra, apologistas del aniquilamiento de los inconformes, adoratrices disimulados de la “guerra total”, cómplices  solapados de la teoría de la “seguridad nacional”, de la imposición tiránica, arbitraria, del concepto de “Nación en armas”, han hecho de  Der totale Krieg, su biblia y su filosofía: les es preferible subrayar en la divergencia que mantienen con las FARC respecto a la argumentación de que el camino de la lucha armada es el que permitirá que los sectores populares cambien la situación de explotación y opresión, soslayando deliberadamente tomar en cuenta que la insurgencia jamás ha presentado caminos de solución basados solamente en la guerra. Saben perfectamente que la insurgencia bolivariana ha insistido en inúmeras propuestas para alcanzar un entendimiento surgido del diálogo; no obstante, de un plumazo mandan al canasto de la basura estos esfuerzos que tanta sangre han costado sin siquiera hacer alusión a la intransigencia gubernamental que cerró la vía democrática de la lucha política.

Los de la cloaca mediática, antes que señalar al Terrorismo de Estado como causa del conflicto, prefieren machacar en que las FARC “no se hacen cargo” de que no es posible tener un aparato militar con banderas de izquierda que concilie su lucha con el conjunto de otras luchas populares que se desenvuelven por vías “políticas”. Y esto es como el mundo al revés, pues pareciera que no se recordara que antes de que los alzados fuésemos obligados por las circunstancias de la injusticia social a tomar las armas, la lucha se intentó a toda costa en el campo de la legalidad. Pareciera que nos quieren hacer creer que la lucha política de los excluidos por las oligarquías, y especialmente por el bipartidismo, se ha hecho en el edén. Sólo falta que también nos responsabilicen de la muerte de Gaitán y de la gestación de la violencia de los años cuarenta. Y como los personajes de la cloaca  no ven Terrorismo de Estado por ninguna parte, lo que les queda es conminar a la opinión pública diciendo que esta “debe urgir a las FARC” para que realicen la entrega unilateral de la gente retenida en la selva; pero nunca nada dicen en consideración siquiera de los centenares de guerrilleros o de otros presos políticos que en condiciones inhumanas permanecen en las cárceles de Colombia. Aún puesta de presente la decisión unilateral de la insurgencia sobre liberar en su totalidad a los prisioneros en su poder, el gobierno impide la visita a las cárceles, de una comisión internacional de observación de las deplorables condiciones de hacinamiento; pero de esto nada dicen los analistas de marras.

Ellos no quieren perturbar ni por un instante a los oligarcas en el disfrute de sus intereses; prefieren no hurgar en el debate sobre la aplicación criminal que el régimen ha hecho de la ‘guerra integral’, de la guerra total’ –‘guerra preventiva’– y del futuro. Prefieren colocarse las gafas oscuras de la indiferencia, pero de peor manera aún se enrumba su actitud cuando se convierten en fichas de los medios masivos de publicidad, en sujetos activos de la guerra psicológica; en los elementos que hacen más eficaz para el gobierno la guerra política y la guerra militar en la medida en que con una supuesta preocupación por la paz generan la subjetividad del prejuicio frente a la insurgencia, al tiempo que motivan la necesidad del desarme que le abre paso fácil a la globalización neoliberal. Se suman, en fin, al coro de los que nos exigen la resignación, la mansedumbre frente al verdugo implacable poseedor de un poder mezquino que no brinda opción alguna a su enriquecimiento desaforado. Rendición o exterminio son los caminos que nos muestran cacareando el discurso de la necesidad de la “paz” y la “democracia” sin que importen las evidencias históricas que en Colombia nos dan noticia de los múltiples engaños que ha significado los acuerdo de reconciliación: termina el régimen  imponiéndose como vencedor, los engañados como vencidos y nuevamente perseguidos con el odio miserable de los victimarios.

Claro, hay quienes tienen ya un estatus, una posición social que cuidar; sí, claro, el estatus, tú sabes, llegar al pináculo de la carrera y cosas de esas, la aceptación en los círculos del poder, así sea por los laditos, o por ahí cerca; “eso hay que cuidarlo”, y resulta que tal asunto en muchos genera cierto tipo de amnesia ligada a la conveniencia, al egoísmo y al oportunismo: entonces se comienza a olvidar a antiguos camaradas y de súbito desaparecen los principios. No, dice uno, en general él o ella, o ellos, eran buenos maestros, que magníficos periodistas fueron hace algún tiempo. Mira a aquel, él era historiador más que político; explicaba bien el sentido y la importancia del concepto “totalidad”, eso de conocer los hechos sin ignorar las causas, la importancia del análisis crítico de las fuentes, las formas en que los historiadores han intentado estudiar las sociedades humanas, las formulaciones inteligibles de los relatos…; en fin, tantas cosas que podrían ayudar a encontrar la verdad sobre el devenir de los pueblos, pero considerando que ese ejercicio debe contar con normas de integridad política y personal antes de emitir  juicios morales respecto a los procesos que involucran a los seres humanos.

Pero…, pero qué lamentable: que poco de lo que era queda de X ó Y personalidad. Tanto que teorizó sobre tal tema y ahora no se acuerda que desde sus reflexiones muchos entendíamos los orígenes de la actividad que como autodefensa campesina y como guerrilla han tenido en este o aquel otro tiempo las FARC. Mira qué tristeza, ahora sus posiciones son tan confusas. Mira lo que se pregunta a sí mismo: se indaga sobre los beneficios que la lucha insurgente le ha traído a Colombia; se inquieta por saber –pero esto es con pura sorna-,  por las conquistas para los trabajadores que haya dejado la lucha. Sí, sí, sí, ¿para qué la lucha? Sí, ¿para qué eso?, es el mensaje propio que dejan esas personas que definitivamente fueron a caer en la cloaca por el arcaduz de la indignidad, ya traicionando su conciencia, o ya sacando a flote lo que en realidad han sido desde siempre aunque parezca que recién han sido cooptados por el régimen.

De verdad que no es creíble que personajes de este tipo que estamos describiendo quieran conocer respuestas que “ignoran” sobre porqué persiste la resistencia, dizque porque   ello es del más alto interés para todos. No. Sencillamente su retorica  tiene el encargo de descalificar nuestra lucha utilizando en múltiples ocasiones la supuesta autoridad que les da, creen ellos, ser ex militantes revolucionarios, o ínclitos demócratas arrepentidos, supuestos conocedores a fondo de la temática, que se dieron cuenta a tiempo del error cometido por los revolucionarios al enfrentar al régimen. Porque es que, en últimas, asumir las inocentes preguntas o inquietudes del caso sería como entrar a cuestionar todas las justas luchas del mundo porque aún no se hubiesen concretado sus propósitos.

Interpelemos, entonces, a Cristo por los métodos con los que con toda su carga de bondad no pudo impedir que le crucificaran. Cuestionemos la resistencia indígena porque de todas maneras los conquistadores con su desarrollo técnico-armamentístico vencerían. Porque, para qué decirles que cuestione al capitalismo por no haber logrado durante tantos siglos resolver los problemas básicos de la humanidad. Eso ya sería mucho pedirles a elementos de tanta alcurnia.

Pero es que hay unos que son la cumbre de la sinvergüencería: hasta nos hacen el “honor” de reconocer como hazaña la resistencia en Marquetalia. Pero se trata de la pura apariencia, pues de inmediato se despachan culpabilizando a los campesinos de la proyección de la violencia, porque según Guilodes “el ejército se inventó un enemigo”; sí,  pero los campesinos  tozudos, arrebatados, irracionales, donde no había una actividad militar, en esta avanzada de colonización, tomaron la decisión (así, en  bastardilla), de convertir las autodefensas en guerrillas. Es un problema no de necesidad impuesta por la represión estatal sino una decisión, la guerra la decidieron los campesinos y el X Congreso de los Comunistas de 1966, también tomó la decisión (así, también en bastardilla), de darle carácter estratégico a la lucha armada guerrillera al adoptar la política de combinación de todas las formas de lucha como su teoría y su práctica. Sí, es sencillamente un problema de decisión, dicen ellos; ni siquiera es la consecuencia de la represión gubernamental. Es un problema subjetivo y no un problema derivado de las circunstancias concretas y los padecimientos de la población rural de la época, piensan desvergonzadamente. De lo cual se puede colegir como en efecto lo coligen y lo expresan sin tapujos, que sin necesidad de hablar de soluciones sociales se puede terminar el conflicto a partir de la decisión de la guerrilla en tal sentido.

De entre los duros de la cloaca, los que más dan asco son esos personajes arrepentidos y vergonzantes de su vieja condición de revolucionarios o demócratas, que ahora pagan el consentimiento y el reconocimiento de la oligarquía actuando como mandaderos del gobierno en estas lides de crear la subjetividad de la rendición. Nada que ver con la dignidad del verdadero periodista, o del verdadero historiador, como ese que representa, digamos, Marc Bloch con su ejemplar conducta durante la Resistencia francesa contra la ocupación alemana: republicano, demócrata, digno, él no se preguntó ¿Cuáles eran los beneficios que había logrado la Resistencia abnegada de millones de hombre y mujeres que enfrentaban al fascismo? ¿Cuáles los grupos de trabajadores rurales o urbanos que habían logrado conquistas sociales duraderas por consecuencia de esa Resistencia? A pesar que lo que observaba  era la discriminación de la que él mismo era objeto  por su condición de judío y de marxista, no se preguntó jamás  si de algo habían servido sus esfuerzos académicos y de creación teórica, cuando lo que veía venir era la muerte a manos de los nazis. Pero aún así no aceptó la derrota, como sí lo hizo su colega Lucien Febvre, sumiso a la ocupación alemana.

Marc Bloch prefirió la muerte a manos de los nazis que la claudicación. Por eso yo lo prefiero respecto a Lucien Febvre, como prefiero a Michelet negando la dialéctica hegeliana en su mecánica de causas y efectos sin más. Y en eso comparto con Jacques Rencière aquello consignado en su ensayo sobre Michelet cuando dice que “la ciencia del historiador es, en primer lugar, un arte de amar”, en cuanto a que también hay que darle voz al duelo, a nuestros muertos, a nuestros símbolos más profundos; y esto lo digo porque en verdad asquea tener que leer los rodeos que algunos, posando de pazófilos dan para terminar colocando sobre nuestros hombros y no sobre los hombros de los verdugos, la responsabilidad de las muertes de nuestros camaradas caídos en ese martirologio que fue la experiencia de la Unión Patriótica. Al mismo tiempo aterroriza pensar que personajes de tal tipo, con semejante “sensatez” tan insensata, sean los que escriban las crónicas o la historia de estas décadas de guerra que hemos sufrido los colombianos. Sobre todo cuando “abren” lo que ciertos “teóricos” han dado en llamar “las fórmulas cerradas”: falso equilibrio que indica, por ejemplo, que la Unión Patriótica fue víctima de una alianza conformada por sectores de las Fuerzas Armadas, mafias del narcotráfico, gamonales políticos y paramilitares. Pero estas fuerzas contaron a su favor con el hecho de que la UP, surgida por convocatoria de las FARC, es decir por un movimiento guerrillero que hacía parte de un proceso de paz, tuvo que cargar con el fardo de sostener la política de combinación de todas las formas de lucha. Este argumento entraña un malabarismo pérfido que trata de exonera al Estado como ejecutor fundamental del exterminio, pero cómodamente -¿neutralidad valorativa acaso?- le acotejan  a las FARC la responsabilidad, porque “o bien se profundizaba el proceso de paz y la guerrilla se transformaba en una fuerza política sin apoyaturas militares, o bien se continuaba con la acción insurgente renunciando a la creación de una organización política legal”.

Sí, quizás nosotros somos utópicos, pero por creer que el régimen iría abriendo los espacios democráticos que conducirían al desarme. Pero los teóricos del malabarismo en cuestión no son ingenuos; ellos no pensaban ni piensan que los exterminadores de la Unión Patriótica se hubieran convertido en palomas de la paz o en defensores de Derechos Humanos si observaban que la insurgencia renunciaba a las armas. No es cierto que hubiera posibilidad de que amplios sectores políticos y corporativos del país se hubieran constituido en dique de contención frente a esa alianza tenebrosa. Esto lo han confirmado casos concretos, experiencias muy conocidas de nuestra historia, como la experiencia de los obreros de las bananeras. En 1928 ninguna guía ética, ninguna pauta mecánica del principio de justicia, movió las supuestas fuerzas de opinión que hoy nos prometen que se moverán en defensa de quienes opten por la lucha, sin armas.

Para no irnos muy lejos en el pasado, si miramos una etapa de la historia previa al surgimiento de la guerrilla, en el contexto del lustro que va de 1923 a 1928 se produjo un incremento de las fuerzas productivas como consecuencia, entre otras cosas, de la expansión cafetera y del incremento enorme de divisas devenidas del flujo de dólares que los gringos entregaron por el robo de Panamá (más de 130 millones de dólares en créditos públicos y privados). Al tiempo que la burguesía mercantil entra en disputa por el poder con los terratenientes latifundistas tradicionales está irrumpiendo el proletariado como clase en asenso con sus luchas huelguísticas. Pero la actividad política de las fuerzas de oposición se da dentro de los parámetros que impone la legalidad burguesa, donde la acción huelguística es la expresión más radical frente al aumento de precios, por ejemplo, que se produce como consecuencia del rezago de los latifundistas. Pero no es solo el proletariado naciente el que irrumpe contra la actitud de los latifundistas; los empresarios y la burguesía cafetera misma reaccionan contra los altos precios agrícolas que amenazan con absorber las ganancias de la acumulación. Y luego, el torbellino de contradicciones se enrarece aún más, exasperando a los terratenientes socios mayoritarios del ya prolongado régimen godo, cuando la burguesía logra la promulgación de la ley de emergencia que autoriza la importación de alimentos.

En la poca historiografía decente que existe aludiendo a esta época hay registro suficiente sobre estos acontecimientos: se sabe sin duda que lo que sobrevino con la agudización de los conflictos, con la expansión cafetera que dispara la valorización de la tierra, fue el incremento de la voracidad latifundista; lo que sobrevino fue el fenómeno del “hambre de tierras” de colonos, arrendatarios y aparceros, el agotamiento de la colonización como procedimiento de la ampliación de la frontera agrícola, la crisis de los servicios públicos urbanos por su inadecuación al crecimiento poblacional, etc. Lo que sobrevino fue la explosión de los conflictos sociales con la puesta en escena de la incapacidad de la “hegemonía conservadora” para solucionarlos. Entonces el régimen, y recuérdese que no había guerrilla, comienza a mirar el conflicto social señalando como “subversivos” a quienes se le oponen. Entonces, se dispara la represión. Esta ya es una reacción genética del bipartidismo liberal-conservador, pero en este caso específico los conservadores en el poder hegemónico, con el argumento de impedir el “levantamiento comunista” que supuestamente se daría el 1º de mayo, expiden en abril el decreto 707 de “Alta Policía” que permitía hacer arrestos hasta por sospecha. Después vendrá la “Ley Heroica” que intensifica la legislación represiva en 1928, estableciendo incluso el delito de opinión. Por la supuesta defensa del derecho a la propiedad, como si estuviese en peligro, bajo los auspicios de esta ley, el régimen reprime la actividad sindical, amedrenta a la oposición política principalmente liberal, e ilegaliza al Partido Socialista Revolucionario (PSR). Y no había guerrilla, no había guerrilla, pero tampoco aparecían por ningún lado las “guías éticas” o las “pautas mecánicas del principio de justicia”,  ni las “fuerzas de opinión considerables” que jugaran en defensa de quienes sin armas hacían la oposición.

¿Acaso la protesta del 14 de enero de 1927 de los 8000 trabajadores de la Tropical Oíl Company y de la Andian Nacional Corporation en Barrancabermeja no fue calificada como movimiento subversivo?  Por entonces, la represión estatal cobró la vida de 15 trabajadores, decretó la prisión del comité de huelga y autorizó muchos despidos. Y bueno, después vino la masacre de las bananeras y otros atropellos más bajo la consigna de Abadía Méndez que llamaba a hacer la guerra a la “insurrección comunista”. Y aún no había guerrilla.

Nombres como el de Álvaro Uribe Vélez o el de Juan Manuel Santos hace rato clasificaron para estar en el mismo bestiario criminal en que está Abadía Méndez, Cortés Vargas o Ignacio Rengifo. “Metralla contra el pueblo y rodilla en tierra frente al yanqui”, era la máxima moral de los gobernantes de 1928, según lo definió  Jorge Eliécer Gaitán. Pero, ¿ya cambió esa máxima? Habría que preguntárselo a los miles de trabajadores tercerizados de Campo Rubiales, por decir lo menos.

A la oposición Popular de finales de los años 20 también el régimen le respondió su accionar político con represión criminal, y no había guerrilla, no había guerrilla.
De verdad que urge buscar el sentido de las voces perdidas de las víctimas de esta cruel vorágine de sangre y lutos.

Preguntemos a los de la cloaca si acaso recuerdan los pasajes de la historia que narran los triunfos bélicos de Alemania frente al movimiento emancipatorio en crisis tras la derrota en la Guerra Civil española; si recuerdan lo que escribió en sus Tesis de filosofía de la historia nuestro Walter Benjamin, el mártir de Port Bou. Ese que pensaba que el auge del fascismo era sintomatología de la degradación, pero que en ese escenario el arte como la historia debía asumir el papel de generar conciencia. No me imagino a este apóstol de la humanidad sirviendo a los intereses de Juan Manuel Santos. Pero bien, él nos dejó un legado, él nos enseñó que “Articular históricamente lo pasado… significa adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro”. Él nos enseñó que “al materialismo histórico le incumbe fijar una imagen del pasado tal y como se le presenta de improviso al sujeto histórico en el instante del peligro. El peligro –nos dijo-, amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a los que lo reciben. En ambos casos es uno y el mismo: prestarse a ser instrumento de la clase dominante. En toda época ha de intentarse arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla”.

No olvidemos a Walter Benjamín: “El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de que “tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”.



“EL CONTINUO ESTERCOLERO PERIODÍSTICO” Ó LA CLOACA BACRIMIZADA DE LOS GRANDES MEDIOS DE COMUNICACIÓN
TERCERA PARTE.

Un poco de manera retrasada me he dado cuenta que ciertos periodistas han expresado sorpresa porque en el seno de la guerrilla también se lee a Jack London. Sí, periodistas que se “sorprenden” porque exista entre los insurgentes “el gusto por la buena literatura”, de lo cual derivan la “preocupación” porque la guerra que se está librando en Colombia pueda terminar convirtiéndonos en monstruos insensible a la estética, a la lectura de un buen libro o de un poema.

Leyendo estas perlas me acordé  inmediatamente del conocido libro del Che titulado Pasajes de la Guerra Revolucionaria, una selección de artículos del comandante insurgente publicados por primera vez en 1963, en el que casualmente  al narrar el desenvolvimiento de un combate en el que resultaron heridos varios guerrilleros, incluyendo al mismo Che, explica que en un instante se puso a pensar en la “mejor manera de morir en ese minuto en que parecía todo perdido”; entonces trajo a memoria un cuento de Jack London. Qué cosa, los guerrilleros de otros tiempos y latitudes, también leen, tienen gusto por la literatura y conocen a Jack London. El Che recordó el pasaje del cuento de London en que el protagonista  “apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida, al saberse condenado a muerte por congelación, en las zonas heladas de Alaska. Es la única imagen nítida”. Esto rememora el Che y agrega “Alguien, de rodillas, gritaba que había que rendirse y se oyó atrás una voz, que después supe pertenecía a Camilo Cienfuegos, gritando: “Aquí no se rinde nadie…” y una palabrota después.

Y es que hay tantas maneras de asumir la literatura; una de ellas es con sus ejemplos de dignidad; tal como aquí lo muestra el Che, para resaltar que en esa justa y heroica lucha nadie se rendiría. Quién sabe si a los que hoy se sorprenden porque los guerrilleros leen a Jack London puedan interiorizar el sentido de esa bella palabra: dignidad.

Pero bien, lo importante es que además de leer a Jack London no nos convirtamos en monstruos que perdimos la sensibilidad. Mucha ternura hay en este deseo, parece. Lo que no me genera certeza es si en su práctica de lagartería periodística a esos que les gusta que leamos a Jack London les ha quedado tiempo para interiorizar a este brillante escritor en aspectos que están más allá de la estética literaria; pongamos por caso de su obra Talón de hierro, la sensibilidad de Ernest Everhard, los diálogos de los explotados, de los trabajadores humildes, el sentido de la justeza en la causa socialista en contraste con la poca o nula posibilidad que la misericordia, la lástima ó la caridad pueden darle a la emancipación humana.

No, no parece que atinen siquiera a asumir esos paliativos tan abundantes en las lamentaciones de quienes observan las atrocidades del capitalismo, pero jamás se involucran en las dinámicas que siquiera cuestionan las causas fundamentales que generan esas atrocidades.

Es que no basta con tener gusto por la buena literatura; no basta con la estética. Mariátegui decía que “ninguna estética puede rebajar el trabajo artístico a una cuestión de técnica. La técnica nueva debe corresponder a un espíritu nuevo también. Si no, lo único que cambia es el paramento, el decorado. Y una revolución artística no se contenta de conquistas”. Además, la sensibilidad humanista está más allá de la vanidad meliflua de la sapiencia docta de aquellos que ahora se sorprenden porque en la guerrilla también se lee Jack London. El mismo Jack London que para nosotros tiene diferente significado que para ellos.

A muchos revolucionarios nos gusta ese escritor al que los letrados de la gran prensa colombiana prepago de hoy en día, por lo menos tienen la delicadeza de colocar en el pedestal de la buena literatura. Esta es una deferencia que extraña, pero lo que no sorprende es que no tomen su esencia social, como sí lo hizo un periodista, ese sí un verdadero periodista llamado John Reed. Pero claro, seguramente que como en Mariátegui, en J Reed la concepción estética se unimisma, en la intimidad de la conciencia, con sus concepciones morales, políticas y religiosas; las concepciones estéticas sin dejar de ser tales en estricto, no puede operar independiente o diversamente de las otras concepciones mencionadas.

Quizás, con urticaria y todo,  los de la cloaca mediática colombiana, recuerden la biografía que sobre el inolvidable John Reed hizo Albert Rhys Williams. En algún aparte nos dice el biografista que Reed era un hombre “de aguda inteligencia que odiaba la falacia y la hipocresía, en vez de ponerse, como tantos otros, al lado de las gentes ricas e influyentes, se enfrentó a ellas y, cuando los monopolios, como pulpos gigantescos, se apoderaron de los bosques y otras riquezas naturales del Estado, emprendió una lucha encarnizada en contra de ellos. Fue perseguido, combatido a muerte, despedido de su empleo. Pero jamás capituló ante sus enemigos”. Ayyy qué cosas, en cambio las catilinarias anti-FARC que salen desde la cloaca mediática, se desatan en tiempos en que la plutocracia colombiana, totalmente de rodillas frente a las transnacionales permite que estas destruyan nuestros bosques, nuestros ríos, nuestro entorno, nuestro medio ambiente, saqueando hasta la saciedad los recursos naturales. ¿Se habrán dado cuenta del desastre que significa la explotación minero-energética desatada por las trasnacionales? ¿Se habrán percatado de cuál es el trasfondo de despojo que esconde la Ley de restitución de tierras?

Bueno, los de la cloaca no son John Reed. Él estudió en Harvard, según muchos incluyendo a A.R Williams,  “la más famosa universidad de los Estados Unidos. Allí enviaban a sus hijos los reyes del petróleo, los barones de la hulla y los magnates del acero, sabiendo perfectamente que al cabo de cuatro años de deportes, de lujo y de “aburrido estudio de una serie de ciencias tediosas” volverían a casa con el espíritu depurado de la más leve sospecha de radicalismo. De este modo se moldean en los colegios y universidades decenas de millares de jóvenes norteamericanos, que salen de las aulas convertidos en aguerridos defensores del orden establecido, en guardias blancos de la reacción”.

Pero Reed no se dejó embrujar por los cantos de sirena; claro, él no era ni remotamente parecido a los de la cloaca.

Él se convirtió en un “peregrino de los grandes caminos del mundo. Quien quisiera estar al corriente de la vida contemporánea no tenía más que seguir a John Reed; como el albatros, el ave de las tempestades, estaba presente dondequiera que sucedía algo importante”.  En cambio, personajes como los analistas de la gran prensa colombiana están presentes argumentando babosadas donde quiera que haya un puñado de dinero pensando siempre en cómo mantener el estatus de consentidos de la oligarquía.

John Reed  estaba en las huelgas del lado de los obreros, del lado de los esclavos de Rockefeller, desafiando las macanas y los fusiles de los guardias, al lado de los rebeldes, al lado de los peones mexicanos levantando con ellos el estandarte de la revuelta, cabalgando con Pancho Villa sobre el Palacio Nacional; en cambio los de la cloaca están entre los cocteles de salón de los burgueses; a lo más estás en las sillas de la mentira del programa Hora Veinte cumpliendo sus compromisos con los agentes de la “seguridad inversionista”. No estás ni podrías estarlo como John Reed junto a las hogueras de un campamento obrero o campesino o de desplazados, peleando por la tierra y la libertad.

Pero bien, a ellos les gusta que se lea a Jack London; de pronto también les gusta que leamos a Cortázar; entonces bueno sería que vuelvan sobre Todos los fuegos el fuego. Pero como personas tan cultas ya habrán leído, entonces que relean el texto “REUNIÓN” para que se unten un poco de decoro siquiera a través del texto del escritor argentino, para que no se “ensucien” del sudor de Guevara directamente, o para que distanciados así de la “apología” al terrorismo, releyendo a un escritor que sí está admitido en el alcurnioso círculo de los arribistas de la cloaca, en voz alta repitan el encabezado del relato recomendado en el que citando al Che, se recuerda a Jack London, y luego mediten un poco y traten de preguntarse por qué una persona como Cortázar sí tuvo el valor y el pudor de destinar los derechos de autor de su obra El libro de Manuel, a la ayuda de los presos políticos en Argentina. Aquí, ahora, los de la cloaca en cambio no serías capaces de admitir siquiera la existencia de los prisioneros políticos, porque así lo definió Juan Manuel Santos. Entonces bien, repitan con nosotros canallas, para ver si con esto se les purifica un poco el alma: “Recordé un viejo cuento de Jack London, donde el protagonista, apoyado en un tronco de árbol, se dispone a acabar con dignidad su vida. ERNESTO “CHE” GUEVARA, en La sierra y el llano, La Habana, 1961.

Qué cosas tiene la vida, ¿vedad?: guerrilleros que les gusta la literatura, John Reed, El Che, Cortázar…, gente con criterio propio, encontrándose alrededor de Jack London. Y más allá, una cuerda de lacayos que definitivamente se han empeñado de lleno en escribir por prepago para esa inmensa cloaca “bacrimizada” de los medios de comunicación.

Pero bien, sin enredarnos en los mentirosos juegos de la diplomacia debemos ser concluyentes en no admitir esos cuestionamientos que pretenden colocar la resistencia de los más débiles en la picota pública  mientras hacen caso omiso de la existencia del terror de los más fuertes y de los insaciables intereses de las trasnacionales.

Estos elementos tienen que esperar a que el grupo Santodomingo o Sarmiento Angulo sean los que a la manera de Soros les digan que  “el capital global” es una amenaza para la humanidad, aunque no cesen de recibir sus fondos de especulación.  Atrapados en la telaraña de la hegemonía burguesa no se lanzan a la búsqueda de un pensamiento alternativo sino a la adulación del sistema de manera tal que los admita con una pequeña carga de crítica insubstancial. Claramente le juegan a la cimentación de esa “hegemonía burguesa” convencidos de que ello es fundamental para asegurar la estabilidad del injusto sistema social vigente, o más bien para asegurar su propia estabilidad económica y social.

En últimas, ellos hacen parte de los nervios y músculos de esa hegemonía burguesa, desde los medios de comunicación y las instituciones educativas del Estado donde laboran, en un doble juego en el que buscan legitimarse dentro del sistema legitimando lo que los teóricos conocen como paradigma de la “globalización”. Subordinados están, digamos retomando conceptos del maestro James Petras, a la cultura burguesa; miran sin sonrojo hacia la cultura dominante como fuente de veracidad  y reconocimiento. Haciendo de perros falderos del régimen, cuidan el espacio que han ganado dentro del sistema: Para ello asumen toda la conceptualización del “paradigma” imperialista, su certificación de buena conducta, y la certificación de la burguesía. En fin, juegan las reglas de juego que impone el sistema reforzando “inteligentemente” su posición hegemónica. En este plano del juego “inteligente” que les permita mantener una imagen confiable frente a las masas, ellos no tienen problema en ofertarse de vez en cuando para una causa como para otra. Puede ser que hasta no estén vendidos sino solamente rentados para la derecha, e incluso tangencialmente disponibles para la izquierda.

Así son las cosas, por eso yo admiro sobremanera la magnanimidad de quienes con tanta paciencia suelen leer y escuchar a estos elementos, tratando siempre de lograr puntos de encuentro, de acercamiento, de entendimiento que puedan dar esperanza  de paz. Pero bueno, al mismo tiempo la lucha contra los poderes de la burguesía implica también el combate ideológico contra su hegemonía; hoy también necesitamos desenmascarar el doble discurso de estos intelectuales que menean el rabo frente  a la barriga llena de la oligarquía.

1 comentario:

  1. Los colombianos vivimos sometidos al imperio de los medios masivos.

    Contra esa dominación, la mejor arma es la crítica política de las instituciones corruptas, empezando por el Congreso, las campañas políticas y los partidos paramilitares (o sea, todos los partidos). Por eso estamos esperando el auge de la marcha patriótica y el Consejo Nacional Patriótico, para que los jóvenes tengan esperanzas de participar en su destino

    ResponderEliminar