viernes, 18 de marzo de 2011

Visión crítica en torno a la lucha popular en el Ecuador y la izquierda ecuatoriana, por Dax Toscano Segovia

Luis Villacís, dirigente del MPD, da la mano a los policías represores
 El presente trabajo tiene como objetivo hacer una exposición breve sobre la lucha popular en el Ecuador, así como de algunos elementos que el autor considera identifican a las organizaciones que se autoproclaman de izquierda en el país.


Las reflexiones que se presentan a consideración para la discusión y el debate posterior que se pueda suscitar, parten de la utilización del método del materialismo histórico-dialéctico cuya característica fundamental es el entendimiento de los procesos, de la realidad social como una totalidad concreta, vistos desde su dimensión histórica. 

El marxismo, entendido como una filosofía de la praxis, es decir la unidad dialéctica entre la teoría y la práctica con miras a la transformación de la realidad existente, señala que los sujetos del cambio social son los pueblos.

En la historia de lo que hoy es el Ecuador, desde antes de la primera independencia, las luchas llevadas a cabo contra los opresores han sido constantes.

El pueblo ecuatoriano ha demostrado en diversas etapas de la historia, tener una gran capacidad para auto convocarse y auto organizarse, así como para espontáneamente levantarse contra las injusticias sociales. Ha existido un nivel de conciencia social que, si bien no responde a una comprensión profunda de la realidad misma, de las relaciones causales que provocan los diversos hechos, en cierta forma si evidencia una madurez política en el pueblo frente a los problemas que enfrenta en su diario vivir.

Si bien esta realidad ha demostrado tener sus limitaciones lo cual ha conducido a cometer  muchos errores, también permite apreciar la voluntad que existe entre la masa de desposeídos, de explotados de enfrentar a los detentadores del poder cuando estos han cometido un sinnúmero de abusos contra la población.

Esto no significa, de ninguna manera, desconocer el papel que en esas luchas han jugado personalidades valiosas, así como organizaciones políticas de la izquierda ecuatoriana que supieron estar a la altura de las circunstancias históricas en cada momento en que se produjo la protesta social.  

Lo que hay que comprender es que el accionar de las masas ha superado muchas veces el nivel de entendimiento de la realidad histórica concreta de las organizaciones políticas de izquierda que, lamentablemente, continúan proclamándose, sin serlo realmente, la vanguardia de la revolución ecuatoriana, las mismas que al estar alejadas de las masas, al verse como las predestinadas para dirigir los procesos de cambio, no han sabido canalizar adecuadamente las luchas sociales.

Quienes detentan el poder tienen como objetivo lograr que los pueblos pierdan su memoria histórica. Las organizaciones de izquierda tienen gran parte de responsabilidad al estar más preocupadas de resaltar sus propios logros, de competir entre ellas, lo cual les ha impedido tener una visión más clasista y menos partidista de las jornadas gloriosas de lucha llevadas a cabo por la clase trabajadora ecuatoriana, estudiantes, amas de casa, jubilados, indígenas, campesinos  y otros sectores populares en el país.  

A la oligarquía ecuatoriana le interesa que queden en el olvido esas luchas.

En el mejor de los casos, ya sea en los textos de historia oficial, en las aulas o a través de los medios de comunicación, se las presenta como hechos episódicos, anecdóticos o simplemente se ocultan las causas reales que llevaron a esas luchas, para presentarlas vaciadas de contenido. La lucha social es exhibida como algo folclórico, sacado de contexto. Se exaltan las luchas del pasado que son contadas o expuestas en forma de relatos, donde aparecen héroes, valerosos combatientes y malvados personajes. Jamás se topa que se ha tratado de luchas contra la explotación, contra la propiedad privada, en otras palabras conflictos de carácter clasista.

La protesta social en el presente, sobre todo cuando rebasan los límites permitidos por las propias oligarquías y sus aparatos de control social, son satanizadas, son cuestionadas por afectar el orden imperante. “Unidad nacional, paz” son los mensajes que constantemente emiten la burguesía ecuatoriana y sus propagandistas mediáticos.  

Este discurso oficial debe desmitificarse.

El Ecuador no ha sido, ni es una “isla de paz”, porque existen contradicciones sociales que se han expresado y se expresan, de una u otra manera, a través de la lucha de clases. Hablar de “unidad nacional”, de “un país para todos”, dejando de lado este hecho, solo beneficia a quienes detentan el poder real en el Ecuador.

Basta recordar que bajo ese pretexto de “evitar que el país se convierta en otra Colombia”, de que debía seguir siendo la tal mentada “isla de paz”, se justificó la brutal represión desatada por el gobierno de León Febres Cordero a mediados de la década de 1980 contra las organizaciones de la izquierda ecuatoriana, levantadas o no en armas.  De igual manera, bajo el criterio de la “unidad nacional”, ante el conflicto con el Perú en el año 1995, se pretendió ocultar los actos de corrupción del gobierno de Sixto Durán Ballén.

La violencia social y del Estado burgués se oculta. Los propagandistas de la oligarquía ponen énfasis en los hechos delincuenciales cuando topan el tema de la violencia. Pero la violencia generada como resultado de la existencia de la propiedad privada y, por ende, de la explotación social de una clase social sobre otra, no es digna de tomarse en cuenta.

De esa manera tergiversan la historia.

La clase trabajadora ecuatoriana, sometida a una brutal explotación, ha  sido víctima de la crueldad ejercida por el Estado oligárquico que mediante el uso de la fuerza ha pretendido detener la lucha por reivindicaciones sociales, hacia como por la construcción de una sociedad más justa y más humana.

Pese a ello, varias han sido las acciones de rebeldía, de protesta social e insurrección que la clase trabajadora y los sectores populares han llevado adelante contra los gobernantes de turno, que no han sido sino los representantes de los grupos de poder económico nacionales como internacionales.

Joaquín Gallegos Lara en su obra “Las cruces sobre el agua”, expone la situación de la clase trabajadora allá por la década de 1920, cuando el capitalismo empezaba a consolidarse en el Ecuador. Los obreros del puerto de Guayaquil, así como otros sectores entre los que se incluyen hasta las trabajadoras sexuales, se levantaron contra el gobierno de José Luis Tamayo para exigir mejores condiciones de vida. La respuesta fue la represión y el asesinato de quienes protestaron aquel 15 de noviembre de 1922. Los cadáveres fueron cortados en el vientre y lanzados al río Guayas.

El pensador marxista  Agustín Cueva en su obra “El Proceso de Dominación Política en el Ecuador”, hace un estudio profundo de las políticas llevadas a cabo por los grupos oligárquicos ecuatorianos para consolidar su poder, así como la respuesta de la clase trabajadora y los sectores populares frente a sus explotadores. Agustín Cueva desenmascara la condición de enemigos del pueblo de la oligarquía criolla y su servilismo a los intereses de las potencias extranjeras y sus organismos internacionales.

No ha faltado en el Ecuador las cruzadas anticomunistas para justificar la represión al movimiento popular. Precisamente en la década de 1960 se llevó adelante una campaña en este sentido para enfrentar las supuestas “infiltraciones comunistas” en el país.  La lucha llevada a cabo por los estudiantes universitarios, por los docentes fue muy importante para oponerse a la Junta Militar.

En 1977 tuvo lugar una nueva escalada represiva contra el movimiento obrero ecuatoriano. El 18 de octubre de 1977 se produce la matanza de los trabajadores del ingenio azucarero Aztra. Una vez más, fue una Junta de militares la que ordenó la masacre contra el pueblo. Agustín Cueva señala que organizaciones vinculadas al magisterio como la Unión Nacional de Educadores (UNE) y la Federación de Estudiantes Universitarios (FEUE) fueron ilegalizadas por los gorilas de turno.

A partir de la década de 1980 la oligarquía vende patria pretenderá consolidar la aplicación del modelo neoliberal. Los gobiernos que se sucedieron uno a otro apuntaron en esa dirección.

Osvaldo Hurtado, de la Democracia Cristiana, beneficio a los empresarios con la aplicación de la sucretización de la deuda que estos mantenían con acreedores extranjeros. El Estado pagaba en dólares a los acreedores y los empresarios en sucres (moneda de ese entonces) al  Estado ecuatoriano, a un tipo de cambio estable.

Los estudiantes protestaron con valentía contra cada medida antipopular de ese gobierno. 

Durante el gobierno del Frente de Reconstrucción Nacional, presidido por León Febres Cordero, se aplicó la política de terrorismo de Estado. Este régimen, que como señala Agustín Cueva, respondía a la política del gobierno yanqui comandado por Ronald Reagan, se caracterizó por el  ejercicio brutal de la represión policial y militar, la tortura, el asesinato, la desaparición como lo deja claramente evidenciado el informe de la Comisión de la Verdad, creada bajo el mandato del presidente Rafael Correa.

Pese a esto, la lucha popular no cejó y fueron constantes las huelgas nacionales y las acciones de protesta contra el tirano.

El movimiento Alfaro Vive Carajo (AVC), así como Montoneras Patria Libre hicieron presencia con las armas, a través de acciones aisladas, contra el gobierno socialcristiano. Lamentablemente, el foquismo, el alejamiento de las masas y la falta de un proyecto claro desde el punto de vista político, más la represión y las tareas de infiltración a estos movimientos, que se caracterizaron por la falta de compartimentación, les condujeron a la derrota.  

El gobierno socialdemócrata presidido por Rodrigo Borja no se distinguió del resto de mandatarios en cuanto a beneficiar al capital, a sujetarse a las disposiciones del FMI y a establecer políticas contrarias a la clase trabajadora.  En 1990 se dio el gran levantamiento indígena, importante en ese momento histórico cuando el capitalismo se envalentonaba más frente a la caída del llamado “socialismo real”, movimiento que a lo largo de esa década tuvo una presencia significativa a través de las luchas llevadas a cabo contra el modelo neoliberal.

Lamentablemente muchos de los dirigentes indígenas se corrompieron, otros fueron cooptados a través de la entrega de becas, de “apoyos” económicos brindados por la USAID, la NED y otros simplemente se desenmascararon como representantes del ala derecha dentro de los indígenas. Basta actualmente ver las actuaciones de la señora Lourdes Tibán, asambleísta de Pachakutik.

Ha existido un criterio equivocado por parte de ciertos sectores de intelectuales de  izquierda de ver al movimiento indígena como “puro, casto e inmaculado”, dejando de lado el hecho de que el patrón de interacción social clasista, que es el que más rango tiene, atraviesa al étnico. De igual manera, con esos criterios se desconoce las tendencias ideológicas que existen dentro de los indígenas, muchas veces influenciados por los mecanismos de alienación de las clases que detentan el poder, las cuales han logrado que algunos sectores dentro del indigenado se pongan a favor de sus políticas, incluso utilizando para ello políticas asistenciales y clientelares para lograr dicho apoyo. Así lo ha reconocido la dirigente indígena Blanca Chancoso.

Esto evidencia que la dirigencia del movimiento indígena no ha hecho un trabajo de concienciación política profundo dentro de las comunidades, las cuales muchas veces responden solo a consignas y a los llamados realizados en forma vertical por la dirigencia, lo cual ha sido aprovechado por los gobiernos de turno para desmovilizarlos, dividirlos o cooptarlos. 

En la segunda mitad de la década de 1990, el pueblo ecuatoriano, principalmente en la ciudad de Quito, se levantó contra los gobiernos de Abdalá Bucaram (1997) y el de Jamil Mahuad (1999 y 2000). El primero se caracterizó por la corrupción, el nepotismo, la falta de planificación. El segundo, que decía ser el hombre más capacitado para gobernar el país, beneficio a los banqueros a través del salvataje del sistema financiero, congelando los depósitos de los ahorrantes, abriendo el camino de la dolarización, implementada bajo el régimen de su ex vicepresidente, Gustavo Noboa Bejarano. Mahuad permitió además el establecimiento de una base militar norteamericana en territorio ecuatoriano, en la provincia de Manabí.

Estudiantes, amas de casa, jubilados, profesores, indígenas, trabajadores participaron activamente en la protesta contra estos gobiernos.

La muerte sorprendió a muchas personas debido a las medidas tomadas bajo el gobierno del prófugo Mahuad, puesto que sus ahorros de toda la vida o los recursos provenientes de su jubilación fueron congelados y se los dejó sin nada.

El académico Francisco Hidalgo Flor señala en un artículo titulado “La construcción de una tendencia contrahegemónica al neoliberalismo: el caso del Ecuador” que el pueblo ecuatoriano en la segunda mitad de la década de 1990 se había pronunciado mayoritariamente en las urnas contra el modelo privatizador neoliberal, pese a lo cual la derecha política, por encima de este mandato popular, elaboró un sinnúmero de leyes para apuntalar ese modelo explotador.

Lucio Gutiérrez, admirador de Pinochet y del régimen anticomunista de Taiwán,  sube a la presidencia envuelto en un manto progresista gracias a su participación en el levantamiento del 21 de enero de 2000 contra Mahuad, así como por el apoyo que recibió de partidos de la izquierda ecuatoriana (MPD, PS, Pachakutik). Esas organizaciones no supieron identificar las concepciones políticas de este personaje que se declaró el mejor amigo de los EEUU, que gobernó acompañado de representantes de la banca corrupta (Mario Canessa, Mauricio Pozo) y que brindó todo su apoyo al régimen fascistoide de Álvaro Uribe en Colombia. Se mantuvieron en el gobierno y dieron todo su respaldo a un régimen que se sometió al FMI, se alió a EEUU, al gobierno colombiano y mantuvo una política contraria a los regímenes progresistas de la región latinoamericana.

Gutiérrez fue derrocado el 20 de abril de 2005. Los días previos a la caída, la represión desatada fue brutal por parte de la policía y el ejército. También hubo fuerzas de choque pagadas por el gobierno para oponerse a los “forajidos”, como calificó Lucio a sus opositores. El fotógrafo chileno, Julio García murió producto de la asfixia provocada por los gases lacrimógenos lanzados por las fuerzas represivas.

En este período las masas demostraron una vez más una amplia capacidad de movilización, de auto organización, iniciativa y creatividad para la lucha. Se organizaron asambleas en las que hubo un intento de debatir sobre la construcción de un país diferente. Sin embargo, las posturas anarquistas y seudodemocráticas que rechazaban cualquier forma de dirección y liderazgo, llevaron al fracaso a estas asambleas. Si bien fue positivo el rechazo a los partidos autodenominados de izquierda y que estuvieron cercanos a Lucio, no se supo comprender la necesidad que desde dentro mismo del movimiento debían ser elegidos representantes que permitan canalizar de mejor forma esa lucha popular, establecer un programa de acción revolucionaria y puntos concretos para llevarlos a la práctica en forma inmediata. Discusiones sin propuestas precisas no condujeron a nada.  

Durante el gobierno de Alfredo Palacios, las protestas también estuvieron presentes, sobre todo contra las intenciones de firmar un tratado de libre comercio con los EEUU. Las movilizaciones desarrolladas por diversas organizaciones sindicales, maestros, estudiantes y varios movimientos sociales también exigían la salida de la compañía petrolera estadounidense OXY, implicada directamente en la financiación del Plan Colombia y en la violación de disposiciones legales del orden jurídico ecuatoriano, pese a lo cual, y con el visto bueno del gobierno de Palacios, continuó explotando, en forma ilegal, más de 110.000 barriles diarios de petróleo, saqueando los recursos del pueblo ecuatoriano.

En ese ambiente, el pueblo ecuatoriano, demostrando un profundo nivel de comprensión de la realidad histórica concreta, rechazó en las urnas al candidato de la derecha, el multimillonario Álvaro Noboa, quien perdió las elecciones frente a Rafael Correa, candidato que enarboló el discurso de la izquierda, el mismo que estableció en su proyecto un sinnúmero de propuestas que sintetizaban las aspiraciones inmediatas del pueblo ecuatoriano y que tenían que ver en ese momento con el llamado a una Asamblea Constituyente, la oposición radical a la partidocracia, la salida de la base gringa de Manta, la oposición a la firma de un TLC con EEUU.

La Asamblea Constituyente fue convocada. Como resultado de ello se elaboró una nueva Carta Constitucional, la cual, más allá de las críticas que desde la izquierda y la derecha política en el país  hayan hecho no solo en lo concerniente a la parte formal de su elaboración, sino a sus contenidos, constituye un notable avance para los sectores populares, vulnerables del país, así como para la nación misma, que, en cierta forma, ve garantizada su soberanía frente a las presiones de potencias extranjeras, sus transnacionales, así como de organismos financieros internacionales.

No es el espacio para hacer un análisis del gobierno de Correa, sin embargo si es oportuno señalar algunos hechos para comprender lo que ha sucedido con la organización popular, las movilizaciones del pueblo y los movimientos políticos identificados con la izquierda en el país.

Si bien es cierto que durante este gobierno, que no termina de romper con la derecha y que cada vez se identifica más con la socialdemocracia, las organizaciones políticas de izquierda han sufrido un proceso de desmovilización, también es verdad que eso responde no solo a las políticas aplicadas por el régimen, sino a los errores mismos de esas organizaciones.

Es importante, por lo tanto, identificar algunas causas para que se haya producido esa desmovilización.  

En primer lugar es preciso señalar la política del gobierno que, a través de una poderosa campaña de propaganda, ha  combatido duramente a las organizaciones sociales y, principalmente, a su liderazgo, acusándoles de ser responsables de la generación del caos y el malestar en el país, ante lo cual se han tomado un sinnúmero de medidas para frenar su avance como en el caso de los sindicatos del petróleo, del magisterio y las organizaciones estudiantiles universitarias. Las dirigencias de esas organizaciones han visto afectados sus intereses, puesto que el gobierno ha frenado muchos de sus privilegios como en el caso de la burocracia sindical de Petroecuador, así como de la Unión Nacional de Educadores (UNE).

En segundo lugar, la política asistencial del gobierno para mejorar las condiciones de vida de los sectores más pobres, sin eliminar las causas de la pobreza, también ha constituido un elemento clave por parte del régimen de Correa para desmovilizar a la izquierda tradicional.
Algunas organizaciones políticas de izquierda además apoyan abiertamente al gobierno, como es el caso de los partidos Socialista y Comunista del Ecuador.

En tercer lugar, han sido las propias organizaciones de izquierda, las cuales no han hecho la autocrítica necesaria, las que con su accionar han provocado que las masas tomen distancia de ellas. Un ejemplo fue la posición asumida por el MPD-PCMLE y sus organizaciones el 30 de septiembre de 2010, cuando se produjo la intentona golpista contra el gobierno de Correa, brindando todo apoyo a la policía represiva. La falta de comprensión de la realidad concreta por parte de estas organizaciones  les ha hecho mantener iguales posiciones que las de la derecha. Esto se debe, además, a sus posiciones sectarias.

Luego de esta breve revisión histórica de las luchas populares en el Ecuador, así como de algunos cuestionamientos al accionar de la izquierda ecuatoriana, cabe plantear la siguiente pregunta:

¿Por qué estas grandes protestas y movilizaciones no han posibilitado la instauración de un gobierno identificado plenamente con los intereses del pueblo, así como una crisis profunda  del orden institucional burgués en el Ecuador?
Las políticas neoliberales golpearon duramente a la clase trabajadora. Esto, en gran medida, generó miedo y parálisis social entre la clase trabajadora. La ley se diseñó para reprimir cualquier intento de organización política de los trabajadores. Así, en la Ley para la Transformación Económica del Ecuador, publicada en el Registro Oficial del 13 de marzo del año 2000, se establecieron reformas al Código del Trabajo Ecuatoriano, las mismas que abrieron el camino definitivo para la contratación temporaria, por horas, es decir la flexibilización laboral.
El modelo neoliberal significó no solamente la aplicación de medidas económicas en beneficio de los explotadores y un sistema jurídico legal represivo para garantizar el poder de la oligarquía. La penetración ideológica se hizo más fuerte, hecho que se hizo más evidente a raíz de la implosión de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín. En ese momento histórico se evidenció las limitaciones severas, en todo sentido, del movimiento socialista y comunista ecuatoriano.
Sin embargo, hay otras razones por las cuales la clase trabajadora ecuatoriana no ha podido hacer frente a la burguesía criolla y al imperialismo norteamericano en forma más efectiva.
Algunas de estas causas son:
1.      La estructura vertical de las organizaciones de la izquierda ecuatoriana. No existe una verdadera democracia al interior de estas organizaciones que reproducen las mismas prácticas que las de la derecha política. La crítica, el debate y la contraposición de ideas no se dan. La respuesta es la descalificación a quien emite criterios que cuestionen su accionar. El dogmatismo y el sectarismo, no han sido superados.

2.      El aislamiento de las organizaciones de izquierda de los sectores populares. No hay un trabajo profundo junto al pueblo, a las masas. Esto es resultado del verticalismo que practican, lo cual les hace creer que pueden estar por encima del pueblo, porque son los dirigentes políticos los que están preparados para dirigir y el resto para obedecer.

3.      La existencia de dirigentes políticos, sindicales corruptos, que se han transformado en verdaderos burócratas, preocupados más de satisfacer sus intereses inmediatos e individuales. Entiéndase aquí que cuando se habla de corrupción, no se hace referencia solamente a prácticas que tienen que ver con la disposición ilegal de recursos económicos, sino con los vínculos que establecen, los privilegios que mantienen como resultado de sus cargos y el hecho mismo de no permitir que haya un debate democrático al interior de sus agrupaciones políticas.

4.      La limitada, escasa o nula formación teórica al interior de las organizaciones de izquierda, lo cual ha impedido un desarrollo efectivo de una conciencia de clase y la comprensión de la realidad concreta. Esto ha tenido como consecuencia, además, que las organizaciones populares pierdan la iniciativa y la capacidad creativa en el proceso de la lucha social. Prima más la actividad propagandística, que el trabajo de concienciación política.

5.      La falta de un programa político de transformación revolucionaria y social que les permita a los trabajadores enfrentar en forma efectiva a sus enemigos de clase, internos y externos.

6.      La presencia de posiciones pragmáticas dentro de la izquierda que han conducido a las diversas organizaciones políticas a plantear las denominadas metas “posibles y realistas”, a través de las cuales se ha exigido únicamente mejoras salariales o la firma de contratos colectivos, deslindándose de la lucha por la transformación revolucionaria del sistema explotador capitalista. Priman las posturas reformistas, sobre las verdaderamente revolucionarias.

7.      La falta de un programa político de transformación social revolucionaria ha dado paso a que se impongan las tesis reformistas, sostenidas sobre todo por los sectores agrupados en la pequeña burguesía, así como por los partidos socialdemócratas (disfrazados de izquierda, como Alianza País) y por figuras políticas que surgen de la noche a la mañana como líderes sociales que plantean que lo políticamente posible y correcto es luchar únicamente por la democratización de la sociedad, pero siempre dentro de los márgenes del sistema capitalista.
Frente a esta situación, el pueblo ecuatoriano debe plantearse como tareas inmediatas:
  1. Luchar por la constitución de una corriente revolucionaria al interior del movimiento obrero ecuatoriano que permita combatir el burocratismo, la corrupción y la falta de democracia en las organizaciones de los trabajadores ecuatorianos.
  2. Propiciar la discusión teórica, el debate crítico y la confrontación de ideas.
  3. Elaborar un programa de acción donde se sinteticen las necesidades, los intereses y los fines de los distintos sectores sociales dispuestos a transformar revolucionariamente la sociedad ecuatoriana. No se pueden admitir pactos con la burguesía criolla que es explotadora y proimperialista.
  4. Recuperar la iniciativa y la creatividad en la lucha social. Ser optimistas guardando el sentido de las proporciones.
  5. Luchar contra las posiciones pragmáticas, posibilistas y reformistas sin caer en el aventurerismo y el espontaneísmo. Los trabajadores ecuatorianos deben pensar que en la raíz del sistema capitalista se encuentra la causa de todos sus males, por lo cual se debe apuntar a acabar con este sistema. Esto no significa que no se deba luchar por cosas puntuales e inmediatas. Lo que debe estar claro es que estas transformaciones sólo podrán ser llevadas a cabo en forma efectiva por los propios trabajadores, campesinos, indígenas, estudiantes y jubilados. Esto implica que la lucha debe apuntar a la toma del poder y por ende al derrocamiento de la clase dominante y la destrucción de las instituciones del Estado burgués.
  6. Como parte de esta lucha, el pueblo ecuatoriano y fundamentalmente la clase trabajadora debe llevar adelante una política internacionalista consecuente, de apoyo decidido a las causas revolucionarias y a las luchas de los trabajadores en América Latina y el mundo entero.

Quito, 20 de enero de 2011






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