lunes, 23 de septiembre de 2013

Jorge Briceño vive en nuestros corazones, por Jesús Santrich


 (Enero 2 de 1951- Septiembre 22 de 2010)

Nunca un pueblo tuvo un salvador diferente a sí mismo; es decir, al universo colectivo de sus mejores hijos”, discurso en homenaje al Mono Jojoy.


En homenaje a un guerrillero valeroso que admiraba profundamente al Che, van primero que todo estas palabras con las que se identificaba absolutamente:

“...Teniendo en cuenta que ha de ser mi monumento
Diseñen un lugar para el combate por la causa del pueblo
Una trinchera, más bien un campamento,
Un sitio de batalla donde no habrá reposo ni en paz descanse para el guerrillero.
Advierto, desde ahora, que he de tener a mi mano un fusil
y que he de estar despierto para espantar plegarias, lágrimas y ruegos,
Promesas, amuletos, milagros y oraciones,
Porque no soy un santo ni estoy muerto”.

Ahora, volviendo a Colombia, El Tiempo.com recordó hoy el tercer aniversario de la muerte del comandante Jorge Briceño publicando un pasquín  de una mujer llamada Juanita Vélez Falla. No sabemos quién es, pero lo esencial aquí es el papel de este periódico reaccionario; JV Falla es solamente un instrumento utilizado para hacer labores sucias como podría ser la de untar de estiércol la imagen heroica y abnegada de un revolucionario.

La escena del entierro, que se describe tratando de dibujar un ambiente sórdido, parece pasar por alto que de quien se está hablando es de un ser humano querido por muchos, que merece respeto como cualquier otro en el mundo. Pero no, no es inadvertencia, es perfidia lo que hay de principio a fin en el texto publicado.

En la diatriba de El Tiempo, desde la alusión al whisky, a los caballos de paso fino, la afición a las camionetas 4x4, la ropa que no pudieron ponerle, las amenazas al abogado..., hasta la construcción de hipótesis y dudas sobre si es o no es, o si está o no está donde dicen que está,  se advierte la manipulación mañosa y perversa de cada palabra, tendiente a indicar que Jorge era no un ser que entregó su vida con sacrificios, abnegación y valentía a la lucha por los pobres de Colombia, sino una especie de buena vida odiado por todos, dedicado a la juerga y al boato, cuya historia no posee ningún atributo de veneración, porque pertenece al “museo del horror”.

Ciertamente millares y millares de personas que hoy quisiéramos rendirle homenaje visitando su tumba, llevándole flores y salvas de fusiles, no podemos hacerlo como lo podría hacer frente a otra tumba cualquiera, “un domingo cualquiera”, una persona cualquiera, sencillamente porque existe un Estado terrorista que persigue y asesina a sus opositores políticos. Nadie en Colombia podría decir públicamente que comparte o simpatiza con las ideas o el ejemplo de un insurgente como el Mono Jojoy, un inolvidable héroe popular, que enfrentó hasta su muerte las infamias y los oprobios de las castas que nos gobiernan. Correría el riesgo de ser acribillado.

Así son las cosas, sabemos bien del carácter ruin de nuestros enemigos, y de sus adláteres. Por eso, no nos quejamos, no queremos compasión ni deseamos la clemencia de victimarios sanguinarios, crueles, perversos, que ahora desde el Estado pretenden erigirse en juez y parte del conflicto, exigiéndonos que imploremos perdón por habernos alzado en armas contra la injusticia. No.

No queremos conmiseración ni palabras suaves de quienes sabemos bien que nos odian porque odian nuestra causa de acabar con los privilegios de las oligarquías para favorecer a los desarraigados y oprimidos, como era el sueño del Comandante Jorge Briceño.

Nos basta y nos sobra el amor de aquellos que son ignorados por quienes escriben tarifados para los pasquines de los de arriba.

Nos basta y nos sobra  el amor clandestino que abraza nuestra causa y a nuestros muertos desde cada rincón de la patria encendida por la inconformidad que despierta el régimen terror que nos gobierna.

Ya lo hemos dicho, “en el tumulto del amor encuentran el retorno nuestros muertos: un sepulcro de luna, un sarcófago de estrellas, un ara de ternura en el panteón del corazón y en la montaña, se eleva para cada combatiente que parte tras la luz de la utopía.

En lo extenso de los cielos, en la dimensión del día, en el socavó de la noche y en las cavernas de las sombras, aún ante las garras de la muerte, ante la evidencia del estruendo aleve, innúmeros serán los días de la evocación para los nuestros, en su larga marcha admirable hacia los intersticios del origen, hacia el regazo de la memoria, hacia las radículas del agua…; para elevarse cónsonos en las espigas del viento, o estirarse en la historia, aferrados a los largos dedos del destino con un haz de tempestades en el alma y un escudo de luna y hojalatas de niebla, y más coros de balas, de pájaros y bestias…; más coros de lianas, de robles y de insectos, agitando las brasas encendidas del rojo deseo de la leyenda guerrillera”.

No necesitamos un “descansa  en paz”, ni lo queremos, porque hasta después de la vida, el verdadero revolucionario, con su ejemplo y su memoria, continúa combatiendo.

Comandante Jorge Briceño, hasta la victoria siempre.
¡Hemos jurado vencer y venceremos!

 






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