Es sabido que el talante conservador de Aristófanes, el gran dramaturgo ateniense, lo llevó a satirizar a Sócrates, cuyas reservas sobre los valores griegos tradicionales le parecieron peligrosas para el Estado. Pese a ello, gran parte de su obra es una condena a la guerra, en particular a las llamadas guerras del Peloponeso libradas largamente entre su ciudad natal y Esparta. Acontecimientos recientes traen al recuerdo su comedia La Paz y ponen de presente su vigencia.
Trigeo, nativo de Atmón, viñador honrado, enemigo de pleitos y delaciones, como se presenta ante Hermes en las puertas del Olimpo, decide, en ausencia de Zeus y aprovechando que el artífice de las guerra duerme, ejecutar la audaz hazaña de desenterrar a La Paz, la diosa perseguida que ha sido confinada en la profundidad de una caverna bajo los más grandes peñascos, en donde la custodia además Cerbero, el fiero y monstruoso can de tres cabezas.
Para conseguirlo se ve obligado a aplacar la furia de Hermes, dispuesto a cumplir la orden de Zeus de asesinar a quien lo intente. Para ello se apoya en el Coro, conjunto virtual de voces que representan el sentir de gran parte de los pobladores de Grecia. El rescate de La Paz resulta una experiencia reveladora acerca de los verdaderos orígenes de la guerra, los pretextos que se buscan para hacerla y las ambivalentes posiciones de muchos de quienes afirman desear la concordia cuando en realidad la odian.
Conviene develar qué grandes negocios han logrado ocultarse tras la guerra en Colombia. Para referenciar uno solo de ellos, conviene leer la reciente crónica de Alfredo Molano titulada Paramilitarismo y palma en el Catatumbo. Una certeza parece danzar en su trasfondo. Cuando el empresario palmero Carlos Murgas fungió como Ministro de Agricultura de Andrés Pastrana, ese gobierno decidió implementar un proyecto nacional de expansión de la agroindustria de la palma.
Para ello creó el Banco Agrario e ideó las alianzas productivas. En la misma Administración se cumplió la incursión de Salvatore Mancuso y sus hordas asesinas al Catatumbo. Tras asesinar, amenazar y desterrar a miles de campesinos y familias, con evidente complicidad policial y militar, esas bandas criminales pasaron a controlar la propiedad de la tierra en amplias zonas del Norte de Santander. Sobrevino entonces la subasta al por mayor de pequeños y medianos predios. Esto ocurría en tiempos del despeje.
Dispuesta por Uribe la desmovilización paramilitar, las empresas palmeras del señor Murgas se convierten en principales adquirentes de esas tierras. También en los montes de María, donde había ocurrido lo mismo. Aceleran a fondo sus proyectos agropecuarios, fortalecidos por decretos que imponen que el veinte por ciento del combustible usado en el país debe contener biocombustible derivado de la palma, asegurando así el mercado y el beneficio a los pacíficos y ecologistas empresarios.
Ahora que Santos habla de restituir tierras a las víctimas, está claro que los terceros adquirentes de buena fe que adelantan proyectos agroindustriales no serán afectados de ningún modo. Todos felices con el negocio redondo. Las FARC, que combatimos con energía y coraje la avalancha militar y paramilitar, fuimos elevados a la oprobiosa categoría de terroristas y narcotraficantes, y transformados en los enemigos número uno del país y del progreso. Satán tenía su nido en el Caguán.
Recuerdo ahora a la respetable cacica Consuelo Araujo Noguera, cuya vida se perdió en el demencial intento militar por rescatarla de manos de un frente de las FARC. Cuánto se dijo y sentenció contra nosotros. Muchísimo, pero muchísimo más que lo que se dijo cuando el país se enteró que su hijo Hernandito, gobernador del Cesar, era un reconocido jefe paramilitar. O cuando se publicó que su hermano, sus sobrinos y su cuñado estaban metidos hasta el cuello con Jorge 40.
Eran los tiempos en los que el Presidente Uribe no perdía oportunidad de viajar a Valledupar. Muy bien asistido por su director del DAS, horroroso capítulo sobre el que los poderes establecidos consideran haber conseguido echar tierra suficiente. Se equivocan. Un proceso de paz con las FARC no puede ser secreto ni a espaldas del país, ha de ser el escenario en el que el pueblo colombiano pueda volver a denunciar y conseguir por fin justicia por tanta barbaridad sufrida.
A cosas así las llaman con desprecio en la gran prensa shows mediáticos, seguramente con la correspondiente indicación de las alturas. Cada vez que los de abajo pronunciamos las palabras democracia, justicia o equidad social, se irritan furibundos los poderosos mercaderes que asimilan el crecimiento de sus fortunas a la suerte general de los demás nacionales. Si ya todo eso está logrado, repiten orondos y burlones. Eso, precisamente, es lo que discutimos.
El enriquecimiento desaforado y salvaje de unos cuantos ha significado el envilecimiento de las condiciones de vida de la mayoría. Y el aparato estatal de gobierno, legislación, justicia y fuerza desempeña el exclusivo papel de aplastar la inconformidad al precio que sea. Por encima de tanta infamia mediática, ninguna otra causa produce la guerra que se libra en Colombia. Son esas las realidades que deben abordarse y situarse en vías de solución en una mesa de diálogos.
Con esa convicción estamos dispuestos a conversar de paz con el actual gobierno. Para que no se diga después que las FARC le mentimos al país. No tememos en absoluto debatir y demostrar que han sido los grandes empresarios del capital y la tierra quienes han renovado una y otra vez su carnicera brutalidad, a fin de firmar grandes negocios sobre la sangre de los desposeídos. Si un importante sector de inversionistas muestra interés en dar el paso hacia la paz, lo acompañamos. Eso sí, muy alertas.
El día de su posesión, Santos farfulló acerca de su intención de diálogo con las FARC. Unos días después molía a bombas el campamento del Comandante Jorge Briceño. Durante más de un año abusó con su ficción de la llave, lo cual no excluyó el ataque mortal al Camarada Alfonso Cano, el hombre que tomaba más en serio el asunto y movía al resto del Secretariado a posibilitar contactos. Santos sabía muy bien eso, lo que no le impidió llorar emocionado. La doble moral siempre ha sido imputada a nosotros.
Por nuestra parte, sentarse a conversar no apunta a ningún tipo de rendición y entrega. La reincorporación a la vida civil implica y exige una Colombia distinta. El gran capital inversionista tendrá que asumir que la realidad puesta de presente por la crisis, requiere un cambio profundo en su modo de actuar, una nueva manera de relacionarse con los pueblos. Confiamos en que sea esa la voluntad oficial. Así, sin duda, podremos entre todos desenterrar la Paz. Sin más ases bajo la manga, Santos.
Timoleón Jiménez
Comandante del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Montañas de Colombia, abril 14 de 2012
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